“El individuo posee en sí mismo potenciales, recursos para su propia comprensión, para cambiar su autoconcepto, sus actitudes y para dirigir su conducta, estos recursos pueden ser liberados a condición de que un determinado clima de actitudes psicológicas facilitadoras, pueda ser logrado.” Según Carl Rogers, padre de la psicología humanista, las tres actitudes básicas pueden crear un marco propicio para que la persona pueda comprenderse así misma de una mejor manera, recobra confianza en sí mismo y obtiene una autoestima indispensable para su bienestar.
Empatía:
Debe ver con los ojos del otro, ponerse en su piel, entender sus sentimientos y leer sus emociones.
Ver con los ojos del otro no es tan fácil como se pinta, muchas veces se suele criticar a otro sin saber las razones por las cuales esa persona ha llevado a cabo tal conducta.
Una buena técnica para trabajar la empatía sería la mencionada anteriormente de Las Posiciones Perceptivas.
Respeto:
Es aceptar a la otra persona tal como es y sus conductas, pensamientos y actitudes, lo cual crea un clima de seguridad y permite a la otra persona abrirse sin temor ni vergüenza.
Congruencia:
Rogers también la llama autenticidad, consiste en que cada persona debe de ser auténtico, ser lo que es, sin máscaras, transparente y sincero. La congruencia es una cualidad muy difícil de cumplir, pues hay que estar abierto a tus sentimientos y dispuesto a comunicarlos.
La autenticidad es fundamental como fidelidad a uno mismo y respeto al otro.
Hoy en día casi todo el mundo usa máscaras, por eso Rogers hacía enfásis en una cosa, "una persona con una actitud congruente suele ser una persona sana".
Hablando de la empatía, hubo un caso del que se ocupó Milton Erickson. Se trataba de un hombre que no conseguía comunicarse de forma lógica y cuando otros intentaban hablar con él, respondía con palabras que no tenían sentido.
Por ejemplo decía: "Sillón peine chocolate jugar mar".
Después de intentar ayudarle con numerosas técnicas las cuales fracasaron, recurrieron a Milton Erickson. Éste se acercó al señor, que empezó con su "palabras ilógicas". Erickson le respondió con otras tantas palabras ilógicas y empezó un diálogo de locos. Después Milton se levantó y se fue. Cada día se encontraban y repetían un diálogo similar. Esto prosiguió hasta que un día, tras la habitual discusión, el cliente se paró y dijo:
-¡Doctor, aquí el loco soy yo!
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